Con el buen tiempo nuestros sentidos se desperezan y entran unas enormes ganas de salir al campo.
Es un inexplicable deseo que domina nuestras neuronas que se lanzan enloquecidas a planificar el camino o ruta a seguir para satisfacer nuestras necesidades más primitivas, el contacto con la naturaleza.
El espacio, el aire puro, el sol, el olor, la excitación por lo sencillo y lo bello nos transmite una agradable sensación de paz.
La observación del paisaje circundante con sus árboles, sus plantas nativas, sus aves, sus insectos, nos hace pensar que no sólo la primavera llega a nuestro jardín, también llega al mayor jardín del mundo, a nuestros paisajes españoles.
El canto de los pájaros agudiza nuestro oído, el roce con las diferentes texturas de plantas pone en alerta nuestro tacto y encadenadamente se despierta nuestro olfato.
Plantas silvestres de hojas y pequeñas flores forman frondosas formaciones que abanicadas por la delicada brisa se mecen al ritmo de una bonita melodía.
Plantas que parecen resurgir de pequeños escondites, sorprendiendo al caminante.
El placer de contemplar la asombrosa belleza de un campo de amapolas rojas en plena fiesta primaveral, y el sol rey poderoso de tan bello paraíso.
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