"La vida sólo puede medirse por la intensidad con que se vive y no por su duración". Es una frase que leí hace tiempo y que experimento gratamente cuando encuentro personas tan unidas con la naturaleza como es el caso de Octavio.
Hoy ha sido un día muy especial porque hombre y árbol han iniciado un viaje hacia el conocimiento, yo al menos así lo he percibido.
Y es que en el rostro de Octavio he visto reflejada una enorme satisfacción y es aquella que nace cuando se planta un ÁRBOL.
Como si de una ceremonia se tratase la plantación se ha convertido en un simbólico ritual.
Los árboles listos para el evento, han recibido los últimos retoques antes de tomar posesión de su nuevo hogar: corte de raíces secas, enfermas o excesivamente largas y sus ramas han sido cortadas a la mitad para concentrar la savia en menos yemas.
Los hoyos han sido excavados con una anchura y profundidad proporcional al tamaño radicular, aunque suelen cavarse de 50 x 50 x 50 cm. como mínimo.
Los árboles han sido colocados uno a uno, respetando la orientación propia del árbol y con la ayuda de una azada se ha procedido primero, a echar la tierra de arriba para que las raíces se beneficien de los nutrientes completando el llenado con la tierra de abajo.
Con el fin de que la tierra penetrase correctamente entre las raíces se ha extendido con la mano y posteriormente se ha pisado para asentarla y nivelarla.
Como colofón final de la plantación un brindis muy vivificante, un abundante riego para tan hermoso acontecimiento.
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