Al atardecer, un vapor de
ensueño se desprendía del jardín y lo envolvía; un sudario de
bruma, una tristeza celeste y tranquila lo cubría; el embriagador
aroma de las madreselvas y de las campanillas flotaba por doquier,
como un veneno exquisito y sutil; se oían las últimas llamadas de
los pájaros trepadores y de las pezpitas adormeciéndose bajo las
enramadas; sentíase esa intimidad sagrada del pájaro y el árbol;
durante el día, las alas alegran a las hojas, por la noche, las
hojas protegen a las alas.
En invierno, la maleza
era negra, mojada, erizada, temblorosa, y permitía ver un poco la
casa.
Se observaban, en lugar de flores en las ramas, y de rocío en
las flores, las largas cintas de plata de las babosas, sobre el frío
y espeso tapiz de las hojas amarillas; pero de todos modos, bajo
cualquier aspecto, y en cualquier estación, primavera, verano,
otoño, invierno, aquel pequeño cercado respiraba melancolía,
contemplación, soledad, libertad, ausencia del hombre, presencia de
Dios; y la vieja verja enmohecida parecía decir: “Este jardín es
mío”.
De "Los Miserables" de Victor Hugo
No hay comentarios:
Publicar un comentario