Cuidar el jardín no solamente significa que plantas y árboles luzcan bellos, que no existan malezas o insectos que nos irriten.
Cuidar nuestro jardín, significa percibir su estado de ánimo y su cuidador es el que mejor lo percibe mediante los más elementales sentidos como pueden ser el tacto, la vista, el oído, el olfato y el gusto.
La vista proporciona una visión general del jardín, enviando información directa al cerebro sobre formas, colores, sombras, luces, limpio, sucio, seco, húmedo, irregular..., todas ellas son ideas que se suman en el cerebro y una vez analizadas se convierten en acciones que mejoran los escenarios de nuestro jardín.
A ello contribuye directamente la información que percibimos a través del olfato. Cerrar los ojos y rozar con las yemas de los dedos las hojas de hierbabuena, albahaca ..., se convierte en un grato placer cuando el aroma impregnado en los dedos es aproximado a la nariz y de ahí asciende por las fosas nasales hasta despertar las neuromas más dormidas.
El tacto también juega un papel muy importante. Tocaremos y sentiremos la humedad, el frescor, la respiración y belleza de unas simples plantas vivaces cuando las plantemos.
Y si realmente sentimos el jardín nos agradará que nos rocen las semillas que vuelan buscando su nuevo destino o las alas de las abejas realizando sus tareas.
El buen cuidador agudizará el oído, el susurro de una brisa o el canto de pájaros no parecen indicar ningún cambio o transformación del jardín, pero sonidos como viento intenso o desaparición de sonidos como el canto de grillos parecen adivinar un cambio de temperatura o un cambio estacional que influirá en el aspecto del jardín.
Y no nos olvidemos del gusto porque a través del mismo sabremos que si tenemos un árbol frutal o un pequeño huerto y saboreamos alguno de sus frutos inmediatamente comprobaremos la salud de nuestro jardín.
Sabores agradables, perfumados, aterciopelados, dulces, indicarán que el jardín goza de buena salud.