Me enamoro de las cosas sencillas, fáciles e incluso bobaliconas, no puedo evitarlo.
Quizás tantos años en jardinería me inclina a apreciar detalles insignificantes que trasladados a otros contextos incrementan su valor ornamental.
Yo siempre pongo como ejemplo el cuento de Cenicienta, la transformación de una realidad física, real y patente que se transforma en el ser más bello de uno de los mayores eventos del reino.
Cenicienta brilla no sólo por su entorno, no sólo por su vestido, brilla por su belleza interior.
Ejemplo registrado en nuestro propio entorno y que naturalmente pasa desapercibido, tal vez porque nuestros instintos se han atrofiado.
También porque consideramos que la belleza exterior no es duradera, otras veces porque es supérflua o tal vez porque no nos aporta suficiente felicidad.
De todos modos, me aprovecharé de esas cosas minúsculas que me atrapan diariamente, me hacen sentir tan feliz.
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